Tuve la suerte de conocer a Martin hace un par de años en una de nuestras Cenas del Club de los Iguales de Vitoria, y desde entonces hemos mantenido interesantes conversaciones que nos han acercado mutuamente, descubrir un amplio mundo de intereses comunes y trabar incluso un proyecto narrativo en común.
Con Martin siempre surgen temas apasionantes para conversar.
Martin Simonson es profesor, novelista y traductor de origen sueco, especializado en la literatura fantástica. Imparte docencia en la Universidad del País Vasco, en España.
Martin estudió psicología, antropología social y escritura creativa en la Universidad de Göteborg y Fridhems Folkhögskola (Suecia) antes de trasladarse a España. Se doctoró con una tesis doctoral sobre género literario en El Señor de los Anillos en la Universidad del País Vasco.
Es el autor de varias novelas de literatura fantástica, entre ellas El viento de las tierras salvajes, la primera parte de la saga El guardián sin rostro, que transcurre en varios mundos paralelos y explora temas de identidad, relaciones personales, el poder de la naturaleza y la espiritualidad.
Simonson imparte docencia de literatura inglesa moderna y literatura fantástica en la Universidad del País Vasco (España) y ha traducido al español una veintena de novelas, obras de teatro, novelas gráficas y ensayos de inglés, sueco y noruego.
Ha publicado y editado muchos libros y artículos acerca de la vida y obra de J.R.R. Tolkien y la literatura fantástica en general, entre otros The Lord of the Rings and the Western Narrative Tradition.
1.- [Javier] Eres nacido en Götteborg —que nosotros llamamos Gotemburgo—, la segunda ciudad más importante de Suecia, un país que tópicamente solemos considerar en muchos aspectos —culturales, religiosos, políticos y sociales— en las antípodas de lo que puede representar España y en general las sociedades del Sur de Europa. Esa distancia me hace pensar que tienes una perspectiva libre, contrastada, para hablar de España y del País Vasco en particular sin los prejuicios positivos o negativos con los que nosotros mismos tendemos a vernos. ¿Cómo ha sido esa transición del norte boreal de Suecia al sur del mediodía de España? ¿Qué queda en ti de tu formación —y vamos a decir tu mentalidad sueca— y qué has integrado en tu manera de ser de los usos y costumbres del País Vasco? ¿Cómo fue tu educación sueca? ¿En que modo y hasta qué punto crees que recibiste una buena educación para hacer frente a la vida tal y como luego se te ha presentado? Educar, —que significa conducir—, supone que el educador cree que tiene una idea más o menos clara de “qué es vivir” o de qué es “una buena vida”: ¿Tus educadores, qué idea tenían de lo que es una buena vida? ¿Qué respuesta te darías, con lo que sabes ahora, a esa pregunta: qué es para mi una buena vida? ¿Quiénes han sido tus maestros, tus autores de referencia?
[Martin] Tuve una muy temprana exposición a España, aunque fuera indirecta, puesto que mis padres decidieron celebrar en Málaga su luna de miel —los muy golfos tuvieron a bien prolongar su estancia en la ciudad hasta tres meses—, y allí fui engendrado (mi primera señal de vida se produjo en un bar de dicha ciudad, cuando mi madre se desmayó misteriosamente mientras mi padre estaba en la barra tomándose un fino; quiero pensar que fue un buen augurio). El proyecto de mis padres en España no se reducía únicamente a engendrar hijos y tomar finos; también consistía en escribir un reportaje periodístico sobre la vida en España bajo Franco en aquella época (corría el año 1973). La experiencia les marcó y desde pequeño tuve una predisposición muy favorable hacia este país; en mi casa había muchas referencias a la cultura española, a su hermosa lengua, y a su impactante gastronomía, que aliviaba el tedio de las eternas patatas cocidas y köttbullar suecas y proporcionaba un toque olfativo y gustativo muy exótico a la humilde cocina del piso de estudiantes en el que crecí. A raíz de unas ejecuciones ordenadas por el Generalísimo —no recuerdo cuáles— me llevaron a una manifestación en las calles de Göteborg contra el régimen dictatorial, y unos días después escandalicé a mis abuelos aburguesados (menos fervorosos en sus protestas, ellos) saludándoles con las palabras “Franco asesino”. Por tanto, el día que Franco murió fue una fiesta en mi casa. Con todo esto, lo que quiero decir es que estaba más que predispuesto a amar a este país, su cultura, su lengua y su triunfal historia reciente.
Cuando se me presentó la oportunidad de estudiar la lengua en el instituto, me apliqué cuerpo y alma y descubrí que se me daba razonablemente bien. Tras un servicio militar demasiado largo para mi gusto, decidí darme un respiro de Suecia y venirme a España a estudiar la lengua un poco más en serio. Estuve dudando entre el sur y el norte, pero al final me decanté por el (para mí) desconocido norte. Procurando evitar lugares turísticos concurridos, Vitoria me pareció una interesante opción (y me sigue pareciendo un excelente lugar para vivir, veinticinco años después, dicho sea de paso).
Creo que fue la cultura sueca la que implantó en mí cierta contundencia a la hora de preservar mi autonomía personal. En el desarrollo de esta postura juegan un papel importante las ayudas económicas que el Estado presta a los estudiantes a partir los 16 años, y que les permiten no depender de las opiniones de sus padres en lo relativo a su elección de estudios. En consecuencia, la independencia económica (que es la más básica, a fin de cuentas) se produce pronto en Suecia, para bien o para mal. En algunos casos, las relaciones familiares pueden verse comprometidas, o incluso anularse por completo, debido a ese afán por reivindicar una rigurosa autonomía personal. Cuando los hijos se independizan, lo hacen a todos los efectos… El hecho de vivir en el País Vasco me ha obligado a transigir un poco más con respecto a las personas en mi entorno familiar, profesional y social; de lo contrario no habría podido llevar una vida familiar y social provechosa.
Supongo que mi educación podría calificarse de ultra-liberal. En la infancia y adolescencia tenía toda la libertad del mundo para dedicarme a mí mismo y a mis proyectos, y no existía la más mínima presión, por parte de mis educadores, de ayudar en casa o conseguir buenos resultados en la escuela. Por fortuna para mí tenía buena cabeza para los estudios y pasaba siempre de curso, aunque a veces raspando, especialmente en la adolescencia. En consecuencia, a los 15 años ya era un egoísta insoportable, inmaduro y muy intransigente con todo aquello que pudiera reducir mi libertad personal. Varias cosas me salvaron de convertirme en un gilipollas absoluto: tenía un amor intenso por la naturaleza (a los 6 años nos trasladamos a vivir en una casa a orillas del fiordo Idefjorden, lejos de cualquier atisbo de ciudad, lo cual fue maravilloso y muy estimulante para la imaginación), y contaba con unos amigos increíblemente creativos que me incitaron a interesarme por los juegos de rol y la idea de la Aventura, lo cual derivó en un incipiente interés por el montañismo y por la literatura. En resumidas cuentas, la “formación” que recibí me obligó a formar criterios propios, y un sentido de responsabilidad personal, lo cual siempre viene bien, pero no sé hacia dónde me habría podido llevar esa educación tan permisiva y laxa, si no hubiera sido por el campo y por la buena gente que conocí.
La idea de la buena vida en Suecia es, en gran medida, una vida autónoma a todos los efectos, sin constricciones ni ataduras ni condicionantes. Esa idea resulta a menudo utópica, especialmente teniendo en cuenta que el pésimo clima del país condiciona muchísimo la felicidad de sus habitantes. En eso (como en muchas otras cosas), Montesquieu tenía razón. Para mí, una buena vida es más que eso, ya que en mi experiencia los lazos afectivos de diversa índole dotan de sentido una existencia, y ni pueden desarrollarse plenamente si no cedes una buena parte de tu espacio vital a la otra parte. De mantener un control férreo sobre la autonomía de uno, la vida puede tornarse solitaria, amarga e incluso miserable.
De niño, mi padre fue una gran inspiración para mí, una especie de superhombre que era inteligente, culto, carismático, resolutivo y comprometido con la justicia y los débiles… Sin embargo, él siempre tenía sus propios proyectos y perseguía sus objetivos cayese quien cayese. Ahora, a sus setenta años, sigue poseyendo muchas de aquellas cualidades que le hacían tan admirable a mis ojos, pero tiene pocos amigos. Por otra parte, la madre de mis mejores amigos significó muchísimo para mí. Ella era fotógrafa profesional con un entusiasmo por la vida y el arte realmente singular, y se involucraba de una manera muy personal en los proyectos de sus hijos (y también en los míos). Me abrió la puerta al mundo del arte, y también me ayudó a desarrollar ciertas facultades y herramientas imaginativas y críticas que hacían del arte algo más que una imagen estática. Sin embargo, al gastar todas sus energías en este tipo de proyectos altruistas, no le quedaban apenas fuerzas para dedicar a la difícil vida del artista, y ha sufrido las consecuencias anímicas y económicas de ello. Aprendí muchas cosas de los dos, tanto por la vía positiva como por la negativa, como suele suceder.
La buena vida para mí es una vida libre y socrática, en contacto cercano con la naturaleza y sus eternas enseñanzas, en la que el trabajo intelectual y artístico se vea enriquecido por labores prácticas, y por un diálogo sostenido y sincero con amigos y familiares. Es una vida de aprendizaje constante, cuyos resultados quedan plasmados a través de diversas expresiones creativas. No creo que sea un sueño utópico aspirar a ello, aunque el estado de satisfacción y exaltación no será perpetuo, naturalmente, y es cierto que hay que saber gestionar la libertad y desarrollar las habilidades necesarias para sostener el siempre delicado equilibrio entre la autonomía personal y la riqueza de los lazos afectivos. Para ello resulta imperativo tener un profundo conocimiento de uno mismo, lo cual, a su vez, solo se consigue si uno se somete a toda clase de experiencias. Una buena educación debería fomentar esto.
Mis autores de referencia predican con el ejemplo y son capaces de combinar lo filosófico, lo espiritual y lo artístico. Tengo gustos muy variados en este sentido, pero los autores que más admiro son Henry David Thoreau, Lev Tolstoy y J.R.R. Tolkien.
2.- [Javier] Realicé un viaje que podía considerase iniciático a Suecia allá por el año 1973 y pasé en Estocolmo unos diez días en compañía de un amigo bilbaíno, profesor de violín, luthier, y licenciado en físicas que estaba realizando estudios de master en Acústica en El Real Instituto de Tecnología o Kungliga Tekniska Högskolan de Estocolmo, que fue mi iniciador en los misterios del alma sueca.
La distancia entre la sociedad sueca y la sociedad española en aquellos años era enorme, mi conocimiento de Suecia se limitaba exclusivamente a lo que me pudo aportar la obra cinematográfica de Ingmar Bergman : me fascinó la libertad sexual de que gozaban los suecos y las suecas, la política socialdemócrata de ayudas sociales y centros cívicos que mucho más tarde se implantarían en España, el gusto por lo práctico, la estética, emotiva y sin embargo contenida de la liturgia luterana a la que pude asistir en la misma catedral, en una sociedad por otro lado muy secularizada: ¿Según tu propio conocimiento cómo ha evolucionado Suecia en los últimos 40 años en materia de usos y costumbres, de sexualidad, de tendencias políticas? ¿Qué papel juega, si es que juega alguno, en la sociedad sueca, la Svenska Kirkan (Iglesia luterana) ¿Qué rastros quedan en la sociabilidad sueca de la supuesta cultura luterana de la libertad y la responsabilidad? ¿En qué medida es representativa la imagen que transmite la obra de Ingmar Bergman de la sociedad sueca?
[Martin] Hace casi un cuarto de siglo que no vivo en Suecia y ya no voy más que de vacaciones de vez en cuando. Sin embargo, mi hija mayor, que estudia en el país desde hace varios años, me ha aportado unas cuantas pistas relativas a las condiciones de vida actuales de los jóvenes suecos, que pueden servir de contraste con mis propias experiencias. Creo que la tecnología ha afectado de manera más temprana y más masiva a la sociedad sueca que a otros países; ya en el primer año del lanzamiento del i-Pad, el artilugio en cuestión fue recetado como biberón digital para los pobres críos, en casas y guarderías por igual. En consecuencia, las relaciones interpersonales, que ya de por sí eran mucho más inhibidas que en un país como España, llevan ya mucho tiempo mediatizadas por las pantallitas, lo cual ha afectado de raíz a la generación que ahora tiene 20 años. Esa gente vive de manera perpetua en una especie de tierra fronteriza entre la dimensión virtual y la real —de hecho, nacieron en ese terreno neblinoso— por lo que la aceptación social de la realidad digital como un espacio funcional y deseable (y las prácticas ligadas a ella) se ha dado antes en Suecia que en otros muchos sitios, lo cual sitúa al país en la vanguardia de la progresión cultural, social y tecnológica hacia un mundo de valores post-humanos.
En cuanto a la sexualidad, hace tiempo que se han creado espacios públicos (y nuevos pronombres neutrales recomendados para su uso en la prensa) para la reivindicación de identidades sexuales alternativas. El sexo forma parte del día a día de cualquier persona a partir de los 15-16 años, de manera natural. Esto no ha cambiado desde mis tiempos mozos… Lo que sí se ha visto es que la corrección política —tanto en referencia a la obligada celebración de identidades sexuales minoritarias como en la reivindicación militante de cualquier otro tipo de minoría— se ha vuelto un tanto rabiosa e intransigente en determinados sectores de la sociedad. Esto me parece peligroso en la medida en que se impone un discurso único y dogmático, digno del maoísta más recalcitrante de la facultad de periodismo de la Universidad de Göteborg de los 70 (lo sé por mi madre, que es periodista y se formó en dicha universidad en esa época, aunque nunca comulgó con los preceptos de Mao), que corta las voces discordantes de manera estructural y mediática. El efecto “backlash”[rebote] se está viendo en el auge de la extrema derecha y “Sverigedemokraterna” se ha erigido como la segunda fuerza política en el país, lo cual es terrible.
Creo que la soledad del alma, que Bergman retrata en sus películas con tanto acierto, todavía está bastante arraigada en la sociedad sueca. Personalmente lo atribuyo a la herencia luterana que predica una relación personal e intransferible con Dios sin necesidad de intervenciones clericales, y cuya contrapartida es la ausencia de certezas absolutas de
salvación: no puedes poner la cuenta a cero con tres avemarías recetados por el cura, ni fiarte de lo que te dice. Allá cada uno con su alma y su destino. La ética puede resultar muy hermosa para el que sepa llevarla bien y tenga la madurez suficiente para saber equilibrar la balanza entre virtudes y pecados de manera autónoma y sentirse cómodo con ello, pero puede llegar a ser bien jodida para los que no tengan ese talante tan desarrollado. Es para “mayores”, vamos — pero tampoco para todos los mayores. El Estado ha asumido la función de consuelo que antes correspondía a la Iglesia, pero los psicólogos y los psicofármacos a veces resultan insuficientes, y la falta de certezas doctrinales, introducida en el núcleo de la sociedad, puede conducir a desastres emocionales. El luteranismo no es para todos.
3.- [Javier] ¿Cómo estás llevando el aciago, pero enorme, acontecimiento de la pandemia de coronavirus y qué efectos a medio y largo plazo puede tener en Europa y en el mundo? ¿Nuestro futuro de relación vendrá marcado por una “distancia social” permanente? 4.- [Javier] El confinamiento ha dado un nuevo protagonista a las Redes y a los medios digitales ¿Crees que será duradero? ¿Qué papel están jugando en estos momentos las Redes sociales en la “conversación pública”? ¿La Nueva Normalidad será una sociedad masivamente digitalizada?
[Martin] El confinamiento lo he llevado bien, puesto que lo he pasado en un pueblo pequeño y relativamente remoto, lo cual me ha permitido llevar una vida relativamente normal. En mi opinión, la pandemia ha acelerado muchos procesos que estaban latentes en el mundo, y ha puesto de manifiesto que la tecnología y la ciencia todavía no están en condiciones de protegernos contra este tipo de amenazas biológicas tan repentinas, y posiblemente derivadas de un abuso medioambiental. Ojalá sirva para inclinar la balanza a favor de medidas institucionales más contundentes para paliar los efectos del cambio climático a nivel internacional. Por lo demás, la pandemia ha revelado las flaquezas de nuestra economía globalizada, lo cual reivindicará la importancia de la unidad político-económica nacional, y la intervención estatal en la industria y el comercio. Posiblemente sirva para crear una sociedad más justa y éticamente responsable, aunque también es terreno fértil para diversos totalitarismos, que siempre brotan con fuerza en tiempos de incertidumbre con sus gritos de guerra, “garantizando” orden y prosperidad mediante medidas “excepcionales”, justificadas por la excepcionalidad de la situación.
Ojalá me equivoque, pero creo que el proyecto europeo pende de un hilo. Se ha visto que para crear una unidad real tiene que haber un contacto directo e incluso físico entre las personas, pero la desconfianza generada por el virus ha reducido nuestra movilidad, y eso ha debilitado a la Unión. La acelerada y rampante (por obligada) digitalización de nuestra vida cotidiana nos llevará hacia una aceptación de ciertas premisas que hace poco podían considerarse del mundo de la ciencia-ficción y de las distopías, como el control de los movimientos de los ciudadanos a través de sus dispositivos digitales, y la consiguiente pérdida de autonomía. Creará una fuerte nostalgia por el mundo “perdido”, como siempre sucede en este tipo de momentos. El mundo que fue aniquilado en la Gran Guerra hace cien años, y que ha encontrado una expresión tan sugerente en mucha ficción imaginativa, es un buen ejemplo de ello. Muchos querrán asegurarse de poder disponer de espacios al aire libre, protegidos de posibles fuentes de contagio, lo cual sacudirá el mercado inmobiliario y creará un intensificado interés por las casas con terrazas, balcones, jardines, o mismamente las casas de campo. Los que no pueden permitirse eso se verán obligados a crear pequeños enclaves personales y personales con “cachos de naturaleza”, que se complementarán con una supuesta “libertad de movimientos” en la dimensión digital.
5.- [Javier] Realizaste tus estudios universitarios en Gotemburgo y ahora trabajas como profesor en la Universidad del País Vasco ¿qué piensas de la Universidad como institución? ¿Cómo es en Suecia, como es en el País Vasco? ¿Debe ser la Universidad un centro educativo, o solo un centro de estudio e investigación? ¿Qué tipo de alumno fuiste en tu época y cómo son ahora tus alumnos?
[Martin] La primera prioridad de una institución educativa que se considere digna de atribuirse el augusto y venerable apelativo de “Universidad”, debe ser la de formar individuos, y ofrecer a estas personas los cauces y herramientas (materiales e intelectuales) necesarios para desarrollar sus facultades al máximo, para que después puedan ayudar a otros a entender mejor el mundo en toda su gloriosa variedad. Por ello la Universidad nunca debe ser cortoplacista en sus proyecciones, ni su razón de ser debe ser el de “estar al servicio” de un mercado. El saber es algo intrínsecamente bueno, por lo que debe ser cultivado y enseñado independientemente de su valor cuantificadle en euros o dólares. Por poner un ejemplo, no sabemos de antemano cómo algo tan poco “útil”, desde el punto de vista económico y material, como la poesía romántica de Wordsworth puede influir en las personas, generando epifanías y puntos de inflexión que a su vez pueden dar lugar a cambios paradigmáticos en la sociedad. Un ejemplo: la lectura de la poesía de Wordsworth rescató a John Stuart Mill de una depresión juvenil, y le devolvió la confianza en el ser humano y la sociedad. Sin Wordsworth tal vez nunca se hubieran producido los brillantes y profundos y transformadores discursos parlamentarios de Mill, ni hubiese podido escribir ensayos tan rompedores como “Sobre la libertad”. Yo enseño Wordsworth no solo para que mis estudiantes —futuros profesores de lengua y literatura inglesa en su mayoría— puedan medir la métrica de una balada y transmitir a la siguiente generación las ideas básicas de su obra poética, o aprovecharlo para explicar la cadencia fonética del inglés en sus clases de expresión oral. Enseño también a Wordsworth porque es alguien que puede enseñarnos a ver el mundo desde una perspectiva diferente, enriquecer nuestra experiencia de la vida y el arte y —¿quién sabe? — tal vez convertirse en la salvación de algún genio en potencia que en lugar de suicidarse decide darle otra oportunidad a la vida y acabará cambiando el destino del mundo, para el buen provecho de la humanidad.
Pienso que en la Universidad española hay un excesivo énfasis en grados con programas académicos cerrados; los estudiantes deberían tener una mayor libertad para elegir su propia trayectoria intelectual antes de emprender un master. Por otra parte, pienso firmemente que la Universidad siempre debe combinar enseñanza e investigación. Y esto que voy a decir sonará a algo que uno suelta para quedar como un tipo humilde y enrollado, pero la experiencia me dice que los profesores podemos aprender mucho de los alumnos. Para mí, las clases presenciales me suponen una inmejorable ocasión para poner orden en mis ideas, dotarlas de una estructura narrativa, probar mis hipótesis e interpretaciones ante un público previamente expuesto a los fundamentos de la materia, y obligarme a estar preparado ante cualquier pregunta o eventualidad que pueda producirse en un aula con un ambiente de aprendizaje dinámico. La dirección de trabajos de investigación puede ser increíblemente provechosa tanto para el doctorando como para el director de la tesis; en todas siempre hay algo que abre mis ojos ante realidades previamente desconocidas, y que me hacen crecer como docente e investigador.
En general, los alumnos actuales tienen bastante mala prensa entre el profesorado universitario: “no saben nada”; “carecen de sentido crítico”; “no saben expresarse”, etc. Yo solo tengo experiencia de alumnos de filología y traducción, pero, extrapolando mis observaciones al colectivo en general, mi conclusión tentativa es que cada generación de estudiantes utiliza un lenguaje parcialmente incomprensible para la generación anterior, y es nuestra obligación como profesores aprender las particularidades del suyo para poder comunicaros adecuadamente con ellos. Y cuando digo lenguaje, estoy hablando de algo que abarca no solo expresiones idiomáticas o abreviaturas, y cosas del estilo, sino maneras de relacionarse con el mundo en un sentido más amplio. Por supuesto que tenemos que ser exigentes, pero el fondo no es lo mismo que la forma, y los profesores a veces pecamos de excesiva inflexibilidad y pedantería en nuestra manera de tratarlos.
Cada año encuentro a unas cuantas personas muy brillantes en el aula, gente que me superará con creces en un sentido u otro en el futuro, sin duda. Y esto me resulta muy reconfortante, teniendo en cuenta mis múltiples carencias académicas y comunicativas. En cuanto a mí, nunca dejé de ser estudiante, pero en mis tiempos de alumno universitario creo que me centraba demasiado en la literatura (en detrimento de la lingüística) y en lugar de luchar más activamente por superar mis prejuicios hacia determinadas asignaturas que consideraba irrelevantes, asumía una actitud más bien mercenaria y pragmática. Peor para mí; incuso en disciplinas como la gramática generativa puede haber una belleza transformadora (como bien sabía Chomsky, que tanto aportó también en otros contextos filosóficos; ayudado, sin duda, por sus conocimientos en esa materia).
6.- [Javier] En 2008, el periódico The Times clasificó a Tolkien el sexto en una lista de «Los 50 escritores británicos más grandes desde 1945». Háblame de tu tesis doctoral sobre Tolkien. ¿Qué ha representado y representa para ti la obra y la vida de Tolkien?
[Martin] Decidí hacer una tesis doctoral sobre el diálogo entre diferentes géneros literarios en El Señor de los Anillos, porque intuía que me iba a proporcionar conocimientos no solo de la obra de Tolkien, sino que también de las tradiciones narrativas que han reflejado y conformado la civilización europea desde los tiempos de la Antigüedad Clásica. En mi tesis sitúo a Tolkien en un contexto modernista y comparo su técnica narrativa —en la que van configurando cronotopos en los que diferentes géneros literarios dialogan e interrogan los límites de los demás— con la de autores como James Joyce y T.S. Eliot, que también incorporaban el vasto corpus literario y cultural del Occidente en obras enciclopédicas como Ulises o La tierra baldía, pero en lugar de proporcionar un diálogo entre las diferentes tradiciones se veían obligados a recurrir a los inevitables choques irónicos (producidos por la solemnidad del discurso antiguo en yuxtaposición a la sordidez y banalidad del lenguaje moderno). Tolkien, al situar su historia en un mundo inventado, crea un vasto tapiz literario capaz de albergar un diálogo más fluido, sin efectos irónicos. Por decirlo de una manera más llana: un hobbit prosaico como Pippin es capaz de hablar con Denethor, el senescal de Gondor, sin que los intentos de adaptarse el uno al otro resulten absurdamente cómicos (Peter Jackson, en cambio, explotó esa comicidad en su adaptación, que a ratos roza un tono parecido al que se da en Los caballeros de la mesa cuadrada de los Monty Python). Tolkien creó un género literario nuevo e hizo algo que ningún modernista había conseguido. Es un genio cuya obra magna, durante mucho tiempo, sufrió el ostracismo de un entorno académico con un criterio crítico formado por la “New Criticism”, cuya vara de medir se basaba en la supremacía de los preceptos modernistas convencionales. Yo quería entender más a fondo la dinámica de esa obra tan sui generis, y de paso aprender más sobre las características formales de las tradiciones narrativas antiguas.
Tolkien es para mí —y para muchos— un romántico muy hardcore en pleno siglo XX; un tipo que sufrió en sus carnes los efectos devastadores de la Primera Guerra Mundial, pero encontró en la filología (y en especial en el estudio evolutivo de las lenguas antiguas y sus expresiones literarias), una conexión con la realidad más elevada del arte y, por ende, en su concepción de las cosas, de Dios. Dio forma a su visión de la tradición cultural del occidente, su historia y arte narrativo, sus lenguas y mitos, de una manera sublime. Su amigo C.S. Lewis calificó la obra de “un rayo de un cielo claro” y estoy de acuerdo. Es un ejemplo muy inspirador de cómo la genialidad individual —labrada, ponderada y expresada a lo largo de muchos años— es capaz de encontrar un lugar natural en la tradición, pese a ser algo totalmente nuevo. Es un ejemplo perfecto de la relación entre “la tradición y el talento individual”, como diría T.S. Eliot; una obra nueva y original que modifica la tradición precedente por su repentina y sorpresiva aparición. De la misma manera en que no podemos leer la Odisea de Homero con los mismos ojos después de conocer la existencia de Ulises de James Joyce, poemas narrativos como la Saga de los Volsungs o Beowulf se han visto alterados para siempre por la irrupción de El Hobbit y El Señor de los Anillos en la tradición literaria.
7.- [Javier] En su Carta n.º 142, Tolkien reconoció que: «El Señor de los Anillos es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica», lo que es congruente con el punto de vista que desarrolló también en su poema «Mitopoeia»: los mitos contienen ciertas «verdades fundamentales» ¿Compartes este juicio? ¿Has apreciado esas concordancias narrativas entre El Señor de los Anillos y el catolicismo-romano? ¿Cuál es tu personaje favorito en el Señor de los Anillos? ¿Por qué?
[Martin] Tanto los cuentos populares como los mitos contienen verdades perennes sobre la condición humana, sin duda. Como diría C.S. Lewis, el mito es como una llave maestra que puede abrir cualquier puerta. Es moldeable y flexible, pero no pierde su esencia, y la constante renovación y transformación de los antiguos mitos, que encuentran nuevas expresiones y formas en cada época, demuestra que pensadores tan diversos como Freud, Frazer, Propp, Jung, Campbell y los mitocríticos franceses tenían razón. A nivel narrativo, proporcionan estructuras básicas para muchas historias, cuya expresión varía en función del talante del narrador.
A Tolkien le “disgustaba cordialmente” la alegoría, tal y como revela en su prefacio de la segunda edición de El Señor de los Anillos, y consideraba “fatal” para una buena historia la inclusión de referencias religiosas demasiado obvias (por eso Las Crónicas de Narnia, la obra más famosa y celebrada de su mejor amigo, C.S. Lewis, le parecía mala literatura. Él prefería la aplicabilidad, que en lugar de comprometer la libertad del lector, guiándole hacia una interpretación intencionada, permite una lectura más libre.
El elemento cristiano en la obra de Tolkien se percibe en su convicción (declarada) de que no puede haber una historia interesante sin una Caída (por consiguiente, para potenciar su legendarium, Tolkien mete una doble dosis; la del Vala Melkor y la del Elfo Fëanor), y en la figura de Gandalf como un ángel (también reconocida por Tolkien), cuya función principal es alentar a los pueblos libres en su lucha contra al Mal; pero no debe tomar las decisiones por los mortales para salvaguardar el libre albedrío. En cuanto a la presencia de elementos explícitamente católicos, se nota en la concepción tolkieniana de la Historia y la naturaleza, y más específicamente en la idea de que la dignidad, la integridad y la belleza del mundo natural quedarán restauradas con la progresión del tiempo. Esta concepción se fundamenta en las teorías de Santo Tomás de Aquino, quien postula en obras como Summa Theologiae y Summa Contra Gentiles que Dios está en todas las cosas de un modo congenial a ellas, y que por ello están predestinadas a alcanzar su plenitud con el paso del tiempo.
Es imposible hablar de un solo personaje favorito en una obra que compite con Guerra y Paz por ver qué obra es capaz de meter más personajes interesantes, pero, puestos a decir algo, me parece que la lucha interna de Boromir es la más humana de todas, mientras que Gandalf y Galadriel me resultan más fascinantes, y Sam es el más entrañable.
8.- [Javier] En un artículo tuyo de 2019 reseñando el libro Tolkien y la Gran Guerra. El origen de la Tierra Media de John Garth, señalabas la influencia que tuvo en la psicología de Tolkien su paso por el frente del Somme en la I Guerra Mundial. ¿Cuál es la ética narrativa de la obra de Tolkien? ¿Cómo logra dar consistencia e inteligibilidad a un Mundo tan repleto de fantasía y sin embargo tan humano? ¿Cuál es leiv motiv de su obra? ¿Cómo te explicas su éxito?
[Martin] El propio Tolkien señala que la Gran Guerra desarrolló su gusto por los cuentos de hadas y lo llevó a su plenitud. Fue una experiencia relativamente común; el mundo troglodita de las trincheras era tan extraño y ajeno a la realidad británica de la que venían que provocó una intensa sensación de que el pasado estaba vivo en el presente, tal y como afirman muchos poetas y veteranos en sus memorias, como Siegfried Sassoon y David Jones. En consecuencia, muchos soldados echaron mano de antiguas leyendas, mitos, relatos de caballería y novelas pseudo-medievales (las de William Morris eran especialmente populares) para dotar a esta extraña experiencia de una estructura inteligible (no en vano, algunos autores consideran que estas condiciones supusieron un empujón definitivo para el modernismo literario británico y su famoso precepto de que el pasado y el presente existían en un plano simultaneo).
En la obra de Tolkien (al igual que en Beowulf), los dragones representan la corrupción derivada de la codicia y el afán de posesión. Pero no solo dragones lo sufren; en El hobbit, el rey enano Thorin se ve contagiado por la misma “enfermedad del dragón”, lo cual le lleva a la muerte, y en El Señor de los Anillos, el deseo irrefrenable de poseer el Anillo supone la muerte tanto de Boromir como de Gollum. Ni siquiera los elfos son inmunes a esta tentación; en El Silmarillion el más brillante artesano de todos los elfos, Fëanor, provoca el exilio de los elfos Noldor de las inmortales Tierras Imperecederas de Valinor cuando se obsesiona con su propia creación (la de los Silmarils) y se niega a compartir su luz con los dioses. La ética básica en Tolkien se fundamenta en una voluntaria renuncia a este espíritu de la posesión, tanto en el caso de los hombres mortales como el de los elfos inmortales, y una aceptación de la condición de cada grupo; el “don” de la Muerte de los humanos, y el don de la inmortalidad de los elfos.
Creo que el éxito de la obra de Tolkien se debe a su capacidad de integrar y sintetizar los rasgos fundamentales de la cultura occidental, desde la Antigüedad Clásica hasta el siglo XX, en una obra única y sin embargo muy poliédrica en lo narrativo. También indaga de manera profunda, original e imaginativa en muchos aspectos fundamentales de la experiencia humana; sobre todo en nuestros perennes intentos de dotar de sentido a una vida marcada por nuestra condición de mortales, que sin embargo nos ofrece atisbos de algo más grande y eterno, y una belleza que va más allá de nuestra comprensión como seres racionales. Esta idea subyace en el potente leitmotiv de los Dos Árboles, uno de oro y otro de plata, que en tiempos primigenios emitían la luz de Ilúvatar, el Dios supremo. Cuando se mezclaba la luz emitida por ambos árboles, se fundían las connotaciones de la muerte y la inmortalidad, hombre y mujer, sol y luna, plata y oro, ciencia y arte, etc. Tras la destrucción de los Dos Árboles, los Valar (dioses) crearon otros árboles a imagen y semejanza de los primeros, pero ya en un mundo mortal. Estos árboles eran considerados sagrados y se perpetuaban como símbolo central de la conexión entre Ilúvatar y sus súbditos, así como la necesidad de resolver la contradicción de opuestos para comprender el misterio de la muerte y la inmortalidad. En la Tercera Edad, el árbol blanco de Gondor, símbolo de la conexión entre los gondorianos e Ilúvatar, está seco, y alguien debe renovar el reino, para poder plantar un nuevo árbol en lugar del viejo, y perpetuar la antigua tradición. Lo hace Aragorn en El Señor de los Anillos, cuando es coronado rey, en un eco claro de la antigua leyenda artúrica del Rey Pescador, que también demuestra el talante fundamentalmente conservador de Tolkien.
9.-[Javier] ¿Qué aporta la mirada literaria y mitopoiética del Señor de los Anillos a nuestro “cuidado” para vivir la vida? ¿Qué clase de talento nos ayuda a alcanzar una felicidad razonable?
[Martin] Una de las cosas en las que Tolkien hace hincapié es en el concepto de la “Renovación”. En realidad, se trata de una idea con raíces neoplatónicas, que llega al siglo XX británico a través de Kant, Coleridge, Carlyle, Emerson y Thoreau, pero su valor es sempiterno. En su ensayo “Sobre los cuentos de hadas”, Tolkien dice que tenemos que “lavar nuestras ventanas” y renovar nuestra mirada, para trascender el desgaste de la costumbre, el uso y la familiaridad con el fin de volver a apreciar la dimensión maravillosa en las cosas ordinarias; tenemos que volver a extasiarnos con la magia de algo tan sencillo como el verde, el azul o el rojo. Tolkien demuestra que la literatura fantástica puede acelerar e intensificar esta renovación de nuestra apreciación por las cosas ordinarias y devolverles este brillo maravilloso, siempre y cuando el mundo secundario esté hecho de elementos del mundo real. Por decirlo de otra manera, un árbol en la Tierra Media puede ayudarnos a apreciar la dimensión maravillosa y la potencialidad inherente en un árbol de nuestro mundo, gracias a la presencia del primero en un contexto fantástico.
En El Señor de los Anillos, mientras que los elfos se han quedado prendados de sus propias obras y languidecen en las tierras mortales de la Tierra Media (a la que en realidad no pertenecen), los hobbits, más cercanos a los humanos por su condición de mortales, viven en el presente y saben disfrutar plenamente de cosas sencillas como una buena pinta de cerveza, una mesa de madera de roble, un jardín con hierba verde y hortalizas, etc. No necesitan grandes obras de arte y florituras élficas para extasiarse con el mundo. Esta apreciación casi infantil de las cosas sencillas es la base para un modo de vida respetuoso con el entorno (y con otras culturas), que vive y deja vivir y que proporciona la base para una buena vida — aunque Tolkien también deja ver que los hobbits pueden llegar a ser insoportablemente provincianos y aburridos…
9.- [Javier] ¿Qué papel juega la amistad en tu biografía y en el mundo de tus afectos? ¿Tiene el mismo “sabor” la amistad mujer/mujer, que mujer/hombre? ¿Cabe una verdadera amistad entre hombres y mujeres?
[Martin] Mis amistades me han aportado algunos de los momentos más plenos en mi vida. Es cierto que necesito también la soledad, y puedo pasar largas temporadas en solitario sin venirme abajo anímicamente, pero soy muy consciente de que mi vida sería mucho más pobre si no pudiera compartir mis vivencias, reflexiones y afectos con mis amigos. Aquí en España he hecho grandes amigos, auténticos amigos del alma.
No sé si las amistades entre mujeres son diferentes de las amistades entre hombre y mujer; no soy mujer y no sabría decirte. Creo que existen diferencias fundamentales entre hombres y mujeres que son dignas de celebrar, y las mujeres tienden a fascinarme (y a desconcertarme) más que los hombres porque (para mí) tienen un componente de misterio, una cualidad inefable que es ajena a mí, y por ello sumamente interesante. Creo que nos afecta a todos por igual el hecho de que, si existe un componente de tensión sexual en una relación, el sabor de la amistad no es el mismo que en una relación en la que no se perciba esta tensión. Eso sí, entiendo que eso depende más de la tensión sexual en sí, que del sexo concreto de las personas.
10.- [Javier] Dice un refrán vasco que “Seme-alabarik gabeko bizitza aingurarik gabeko ontzia ". [Una vida sin hijos es como un barco sin ancla], ¿De qué manera te ha cambiado la experiencia de la paternidad? ¿Qué opinas sobre el valor de la paternidad/maternidad en las mujeres y hombres de tu generación?
[Martin] La paternidad es el proyecto más difícil que he emprendido, junto con mis muchos y siempre fracasados intentos de escribir una obra literaria realmente memorable (salvando las distancias). Ser padre de dos hijas a las que he visto crecer, madurar e independizarse, me ha proporcionado una perspectiva mucho más rica y matizada de las mujeres en general. Es una relación incomparable con cualquier otro tipo de afecto, y lo más difícil ha sido (y está siendo) encontrar un equilibrio entre el amor que les quieres expresar, y la libertad que necesitan para se conviertan en individuos libres y autónomos. Es como en la canción de Sting: “If you love somebody, set them free” — pero inmensamente más complejo y difícil que el alegre consejo de una liviana canción de pop. Mis hijas son una fuente de preocupación y de alegría, y me definen de algún modo.
En mi generación, la paternidad ha llegado tarde a muchos. Yo tuve a mis hijas relativamente joven y en consecuencia estoy desfasado con respecto a muchos de mis amigos. Este hecho ha alterado nuestras relaciones un poco, pero el efecto será peor en la generación de mis hijas, que se dividirá en los que tienen hijos y los que no (ya que el segundo colectivo será muy numeroso), generando importantes diferencias sociales entre ambos bloques.
11.- [Javier] Un viejo adagio gremial dice que “lo que haces te hace”: ¿qué cosas has hecho a lo largo de tu vida que han terminado perfilando lo que eres?
[Martin] Algunas cosas buenas, muchas cosas malas; de las cuales algunas son confesables y otras no. Tuve de joven una nefasta tendencia a abandonar aquellos proyectos que no me convencieran al cien por cien, en lugar de terminarlos, y estuve a punto de dejar mis estudios universitarios por el mismo motivo. La decisión de apostar por una carrera académica, que es un camino profesional muy largo, muy sinuoso y muy precario en términos económicos, fue determinante; cuando me doctoré y comencé a trabajar en la universidad me di cuenta de lo mucho que había merecido la pena el esfuerzo de llevar a buen término aquello que emprendes con ilusión, pese a las dificultades.
Otras decisiones que han devenido cambios fundamentales en mi vida no me han costado tomar: tenía muy claro que debía dejar mi país y venir a España, casarme con mi mujer y tener hijos, comprar una casa en el campo y reformarla, aprender a montar a caballo, etc. Todas estas decisiones y acciones me han formado como persona, pero las decisiones en sí no tienen mucho mérito ya que estaban alineadas con mi personalidad y su consecución no ha supuesto una lucha lo suficientemente descarnada como para sentirme orgulloso de ella.
También, lógicamente, han intervenido en la formación de mi identidad mis muchos y bochornosos errores, de los que es mejor no entrar en detalles. Basta decir que mi mayor enemigo soy yo mismo, y mis mayores fracasos están relacionados con mis intentos de ser un buen padre, un buen marido y un buen amigo. Luces y sombras, en definitiva. Nos definen tanto nuestros esfuerzos por hacer frente a las debilidades y limitaciones, que el hecho de sucumbir a ellas ocasionalmente.
12.-[Javier] El amor romántico es, desde hace siglos, el tema central de la literatura, desde luego lo es en la poesía, lo ha sido también en el cine, generando discursos con gran impacto en la construcción de la subjetividad e identidad de las personas. ¿La narrativa del amor se encuentra en crisis de transformación, quizá en extinción? ¿Cómo han evolucionado las narrativas sentimentales en los últimos años, tanto en Suecia como en España?
[Martin] El amor romántico, igual que el mismo arte que lo expresa, está vinculado a nuestra condición de mortales; ofrece promesas de algo eterno y trascendental, pero con una ineludible dimensión carnal y física. Aunque el amor romántico termine siendo efímero y elusivo, y nuestros intentos de perpetuarlo indefinidamente sean vanos —como el maravilloso intento fracasado en la oda de Keats de quedarse con el ruiseñor para siempre—, a menudo no nos rendimos y seguimos soñando con encontrarlo en otro sitio tras cada intento fallido.
Hemingway, en Fiesta, es decisivo para la nueva y desencantada visión del amor romántico que se produce tras la Primera Guerra Mundial, pero la actual crisis de este tipo de narrativas vendrá determinada por una concepción post-humana de la vida y de la realidad. Aunque todavía no tengamos la posibilidad de perpetuar nuestra conciencia indefinidamente mediante avances tecnológicos, la idea de que en un futuro no muy lejano será posible hacerlo ya está redefiniendo muchas ideas preconcebidas de las relaciones de pareja. El ensayo sociológico y la ciencia ficción son géneros que se retroalimentan en este sentido, y series como “Black Mirror” o “Upload” indagan en los predicamentos derivados de este tipo de hipótesis. Otro factor a tener en cuenta es la tendencia actual a no tener hijos (adoptados o no). No es lo mismo una relación estable de pareja con hijos que una sin ellos; los proyectos personales de cada uno se ven afectados de manera diferente, lo cual también dejará una huella en el amor romántico, que lo llevará hacia nuevos horizontes.
Lo cierto es que por mi profesión leo poca narrativa sueca y española, por no decir casi nada, y no sabría trazar la evolución de este tema en dichas literaturas. Dejaré que mis amigos —entre los que te incluyo— me iluminen del respecto.
[ Copyright. foto Thomas Örn Karlsson]
13.-[Javier] ¿Qué opinión te merece la tesis del crítico Harold Bloom que expone en El canon occidental y en Shakespeare - La invención de lo humano?
[Martin] La idea de que los textos del canon occidental tengan una relación transparente con la tradición que le precede, con las obras contemporáneas y con la tradición que le sigue, me resulta muy orgánica y sugerente, y además me convence. Eso sí, me parece que los primeros grandes críticos literarios “super stars” del siglo XX, gente como F.R. Leavis y T.S. Eliot, expresan esa relación de un modo más claro y menos verboso que Bloom —por ejemplo, en el ensayo de Eliot titulado “Tradition and the Individual Talent”. También creo que Bloom, como buen hijo de Israel, exagera un poco la influencia en el canon de la tradición literaria judía, que, aunque sea absolutamente singular e impresionante para un pueblo de este tamaño, no ha tenido ni de lejos la misma influencia que las variaciones de ella expresadas en la tradición anglosajona, una cultura que (a diferencia de la judía) está fundamentada en la mezcla de pueblos y etnias desde sus mismos orígenes y que ha atraído a su órbita un gran número de literaturas externas. Pero vamos, Bloom fue uno de los imprescindibles que, junto con los olímpicos Eliot, Northrop Frye, J.L. Borges y M.A. Abrams, seguirá arrojando sus acertados juicios literarios sobre los mortales desde el más allá por un buen tiempo. A nivel personal, la perspectiva del “New Historicism”, practicada con maestría por Stephen Greenblatt —que predica desde el pupitre de otro micro-macrocosmos de la Ivy League, en este caso Harvard, y también es experto en Shakespeare (entre otras muchas cosas)—, el sucesor de Bloom en el papel de principal profeta literario mundial, al menos para mí, me parece la corriente crítica más interesante para interpretar las obras del canon (y cualquier otra obra literaria menor). Pero el crítico actual al que le tengo más cariño, aparte del debido respeto, es mi amigo Robert Macfarlane de Cambridge, que se ha convertido en el máximo divulgador, comentarista y practicante del “New Nature Writing”. Rob no solo es un sutil crítico sino que también tiene la virtud de predicar con el ejemplo (cosa que siempre me emociona), puesto que es un excelente escritor.
14.- [Javier] España es miembro de la Unión Europea desde el 1 de enero de 1986, Suecia lo es desde el 1 de enero de 1995 ¿Qué significa para ti ser europeo? ¿La Unión Europea vale la pena? ¿Qué debemos y qué podemos hacer para que no desfallezca, sino que avance el proyecto de la Unión Europea?
[Martin] La primera vez que pude votar fue en el referéndum de 1994 en que se decidía si Suecia entraba o no en la Unión Europea. Voté a favor sin dudarlo por un solo instante, y la victoria del “sí” fue un momento de gran alegría para mí, pese a que mi padre, catedrático de historia moderna y con un criterio mejor formado que yo, se había pronunciado en contra de esta propuesta muy públicamente (a modo anecdótico, en uno de los debates en la televisión pública sueca había defendido esa postura contra los argumentos del mucho más famoso historiador Peter Englund, cuya obra Poltava tuve el privilegio de traducir años más tarde, y a quien tuve un especial cariño desde entonces). El 5 de enero de 1995 aproveché mi nuevo estatus oficial de europeo y vine a España a estudiar, sin necesidad de visados. La sensación de libertad fue muy emocionante; de repente tenía acceso libre a un bufet de países increíbles, llenos de historia y cultura y paisajes maravillosos, y durante varios años me dediqué a recorrer el continente de arriba abajo siempre que podía. La nueva realidad me llenaba de entusiasmo e incluso cierto fervor, ya que estaba repleta de oportunidades para esta nueva generación de europeos (tenía 21 años cuando entramos en la Unión). Incluso llegué a escribir una novela sobre la experiencia, a la que calificaba, con risible solemnidad, de “generacional”.
Esos afectos y emociones iniciales me parecen ahora un tanto ingenuos, pero sigo sintiéndome más europeo que sueco o español, y me da una pena enorme que en estos momentos el hermoso proyecto integrador europeo se esté tambaleando. La riqueza de Europa es enorme; tenemos universidades y centros de investigación excelentes, el humanismo de la mayoría de nuestras gentes es muy loable (pese al reciente y maloliente auge de la extrema derecha); nuestra herencia cultural y artística es sobrecogedora, nuestro sentido de innovación y afán de progreso son tan intensos como cerebrales. Una auténtica unidad europea daría lugar a maravillas en todos los campos del saber, y —estoy convencido— a nuevos modelos sociales más favorables para la felicidad y el bienestar de todos los que vivimos en este continente.
Uno de los proyectos que más ha ayudado a fomentar esta cohesión europea —aunque no ha sido suficiente— son los programas de intercambios educativos, como el Erasmus o el Sócrates. El sentido de pertenencia y el apego a determinados modelos de convivencia se genera en los años formativos de las personas. Pienso que, en cuanto encontremos una vacuna contra este virus que nos tiene presos, los intercambios educativos deberían ser obligatorios para todos los alumnos, tanto en las etapas de educación primaria como en secundaria y en las carreras universitarias. Para cosas así no me importaría pagar más impuestos.
15.-[Javier]Hemos compartido durante 2019 —en la vieja normalidad— las Cenas coloquio del Club de los Iguales de Vitoria-Gasteiz en las que invitábamos a personas de diferentes profesiones, de variada significación política, con diferentes actitudes ante la vida pero que tenían algo interesante que contar y que merecían ser escuchadas, ¿qué te parecen estos grupos que intentan cultivar el gusto por la conversación, el diálogo y el intercambio, sin ánimo de disputar sino por el placer de conocer. ¿No crees que la conversación pública entre nosotros se ha simplificado y que se ha reducido a un intercambio, por turnos, de bilis y mala fe? ¿Qué podemos hacer por recuperar el prestigio de la palabra mediadora? ¿Sabemos en realidad conversar?
[Martin] Estoy de acuerdo; el tono general de los “debates” en el sector público se ha vuelto muy infantil y demasiado áspero. El siempre cálido placer de conocer y aprender de otras perspectivas ha sido en gran medida eclipsado por la fría crispación producida por el afán de desprestigiar a los adversarios políticos. El formato del Club de los Iguales me parece fantástico; se trata de un simposio, en el sentido original griego de la palabra (“banquete”, “festín”) para personas hambrientas de nuevas perspectivas, en que la satisfacción de disfrutar de una buena cena se ve magnificada por el placer de escuchar a personas de ámbitos diferentes de los nuestros que comparten sus experiencias vitales y profesionales, sus inquietudes y sus sueños — y poder plantearles preguntas de manera ordenada y respetuosa. Por ello, este tipo de eventos resulta también socialmente edificante.
¿Qué más podemos hacer para recuperar este espíritu conversacional? He tratado de aportar mi granito de arena mediante la organización, junto con mis colegas Raúl Montero y Amaya Fernández Menicucci, de varias conferencias anuales en la Facultad de Letras, en las que procuramos traer a expertos en la materia de la presencia del mito en las artes y la literatura fantástica, e involucrar activamente a los alumnos de grado y posgrado mediante mesas redondas, presentaciones de libros y eventos culturales asociados, procurando eliminando las barreras formales entre alumno y profesor. Me consta que este tipo de transversalidad ha sido positivo tanto para los alumnos como para los invitados, en parte gracias a los temas escogidos, de relevancia para el público, y en parte gracias a la cercanía y el respeto a la diversidad de opinión que tratamos de imprimir en los debates.
La conversación es un instinto natural en el hombre, por lo que adulterar su sentido de apertura hacia los demás supone una especie de perversión de nuestra esencia. Grice, que formula sus teorías en el campo de la pragmática, ya lo dice: existe una predisposición natural en el ser humano de adaptarnos a los demás, para que la comunicación sea fluida en ambos sentidos.
16.-[Javier] ¿Lecturas actuales, nostalgias, proyectos?
[Martin] Este verano estoy escribiendo un libro sobre el discurso de la naturaleza en la literatura fantástica británica y norteamericana, y ahora mismo mis lecturas giran en torno a la historia cultural de la época eduardiana. Es un momento fascinante en la historia moderna, con una Europa a punto de sucumbir a la hecatombe de la Gran Guerra, pero ya con pie y medio en el futuro. Es la época de Rito de primavera de Stravinski y de las grandes exposiciones post-impresionistas de Roger Fry en Londres, de las andanzas de los Woolf y el resto de los genios de Bloomsbury, y de la carrera armamentística naval entre Inglaterra y Alemania; un momento en que unos ingleses confusos trataban de recobrar el contacto con las viejas tradiciones rurales, los mitos y las leyendas, a la vez que se daban cuenta con horror de que ya no estaban solos en la cima del mundo, y se ven arrastrados sin remedio posible hacia el abismo por la propia inercia del proyecto colonialista británico, caduco y putrefacto. Es el mundo viejo que gira sobre sí mismo en el filo de la modernidad —un momento explosivo, emocionante, trágico, inocente y cínico a la vez. Y empapado de nostalgia, como no puede ser de otra manera.
Por lo demás, estoy revisando la tercera parte de una saga de literatura fantástica que comencé a escribir hace veinte años, y tengo un apasionante proyecto de novela entre manos, en el que no estoy solo y del que espero aprender mucho. Por lo demás, seguiré con mis estudios y prácticas de albañilería existencial, y con un proyecto de paisajismo que voy desarrollando muy poco a poco en un par de campas, separadas por un barranco, en las que ya he vertido sangre, sudor y lágrimas —y algún que otro cacho desperdigado de mi alma.
Más cachos caerán…
Mil Gracias, Martin.
Comments