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Elogio de la Monarquía parlamentaria, por Javier Otaola


 



Comparto la autorizada opinión de Miquel Roca, —uno de los 'padres' de la Constitución, que considera — así lo ha declarado. en una jornada celebrada con motivo del X Aniversario de la Proclamación de nuestro rey Felipe VI— que la Corona es "el elemento que garantiza el funcionamiento de normalidad en España" así como el "mayor ejemplo de consenso" que se ha producido en nuestro país.

 

Yo añadiría que, además de garantizar la estabilidad institucional del largo período de libertades y progreso que se inició en 1978 nuestra feliz Constitución nos ha enlazado, de nuevo, con nuestro origen como Nación moderna con el momento de 1812—, con nuestra Constitución de Cádiz, que consagró nuestra soberanía nacional con estas palabras:

Art. 3. La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales.

 

Lo cierto es que ni la forma de Estado republicano ni la forma monárquica garantizan por sí solas una forma de gobierno democrática ni liberal. Algunas de las tiranías más despóticas de nuestro mundo actual son precisamente estados republicanos, y hay unas cuantas monarquías que tienen la misma tacha de lesa democracia. Por otro lado, las dos experiencias republicanas que hemos tenido en España, hay que reconocer que fueron completamente fallidas, no tuvieron la capacidad de generar un consenso básico ni siquiera entre los propios republicanos. El primer presidente de nuestra efímera I República, el catalán Estanislao Figueras y Moragas, ante el hartazgo que le provocó la falta de sentido institucional de unos y de otros, declaró en junio de 1873, haciendo gala de un rasgo de sabiduría política su famosa frase: «Señores, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros».

 

Si nos remitimos a la actualidad veremos que, de las diez democracias más avanzadas del Mundo, seis son monarquías parlamentarias, y no olvidemos que, además de las monarquías parlamentarias de Europa (Reino Unido, España, Suecia, Dinamarca, Bélgica, Luxemburgo, Holanda...) 15 países del antiguo imperio británico son monarquías bajo Carlos III de Windsor, entre ellos naciones democráticas tan importantes como Canadá, Australia y Nueva Zelanda.

 

            El racionalismo positivista del siglo XIX impuso la idea de que las monarquías eran un anacronismo incompatible con la racionalidad geométrica del principio democrático; sin embargo, pasaron por alto la razón empirica y práctica muy propia del mundo anglosajón, que considera que en todo cálculo social y político razonable hay que tener en cuenta no sólo lo factores racionales, sino también los factores emocionales, simbólicos y los apegos tradicionalistas.

 

            En el contexto histórico y político europeo, los países más estables y de más larga tradición liberal-democrática con alta calidad política y social, son, precisamente, monarquías parlamentarias, que han dotado a sus naciones de un fuerte y sólido anclaje institucional, decisivo para afrontar con éxito las enormes transformaciones políticas y sociales del XIX, y las dos grandes conflagraciones del siglo XX en las que la Corona británica jugó un papel decisivo como símbolo de resistencia democrática y de unidad nacional en países como Reino Unido, Holanda, Dinamarca, Suecia, Noruega...no así en Italia donde la Corona fue instrumentalizada por el fascismo.

 

            Dos de los países con más larga tradición monárquica de Europa, — Reino Unido y España—, recuperaron la Corona tras períodos de ruptura. La monarquía fue restaurada en Inglaterra con Carlos II Estuardo, en 1660, cuando ya habían decapitado al rey: Carlos I Estuardo y después de que Cromwell convirtiera Inglaterra en una república denominada Commonwealth of England 1649 -1660. En España, la monarquía ha sido restaurada en tres ocasiones, con el Sexenio democrático iniciado con la Revolución Gloriosa de 1868, que derrocó a la Reina Isabel II, durante el breve reinado alternativo de Amadeo I de Saboya, 1871-1873, luego en 1874-1931 con la Restauración borbónica, y de nuevo con la Constitución de 1978 después de una larguísima dictadura, tras la cruenta Guerra Civil 1936-1939 que acabó con nuestra II República.

 

            Lo cierto es que la fórmula de la Monarquía parlamentaria ha acreditado su compatibilidad práctica con el principio de igualdad entre los ciudadanos, según el dictum clásico «el Rey reina, pero no gobierna». El primer país democrático que creó un sistema público de salud universal y gratuito, fue precisamente el Reino Unido con el gobierno laborista de Clement Atlee, entre 1945 y 1951. La Monarquía constitucional se ha consolidado, precisamente por su valor de continuidad como garantía de estabilidad institucional en países democráticos avanzados social y políticamente. Un dato empírico significativo: las monarquías europeas figuran entre los 30 países con mayor índice de desarrollo humano; Japón, en el otro extremo del Mundo ha sido también un ejemplo de desarrollo económico, modernidad y estabilidad tras el final de la II Guerra Mundial.

 

            En las monarquías parlamentarias la Corona, representa la neutralidad institucional del Estado por encima de los intereses partidistas y también la idea de continuidad y estabilidad de la Nación, de generación en generación. En una atmósfera de creciente polarización ideológica una figura institucional estable y permanente como la Corona tiene, a mi juicio una indudable utilidad para garantizar la estabilidad democrática. Nuestra Constitución de 1978 es una prueba empírica. ¡Larga vida al Rey! Javier Otaola

 

 

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