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John Adams en Bilbao, por Javier Otaola





John Adams (1735-1826) fue uno de los líderes de la Revolución Americana, redactor también de la Declaración de Independencia de 4 de julio 1776, que este año 2021— marcado por el asalto trumpista al Capitolio— cumplirá 245 años.

John Adams fue, además, vicepresidente de Georges Washington y 2º presidente de los Estados Unidos de América, la primera revolución liberal triunfante que abriría paso a muchas otras revoluciones liberales durante los siglos XVIII y XIX, y representa a mi juicio un ejemplo a estudiar, de federalismo nacional y prudencia política.


Bilbao honra a este ilustre personaje con una magnífica escultura pública —obra de la artista Lurdes Umerez— , y recuerda su presencia en el País Vasco en 1780 en su periplo europeo, en busca de ayuda financiera para su joven nación, y en ese viaje llegó a admirar nuestras instituciones forales en las que pudo reconocer el mismo practicismo federal que él defendía en los Estados Unidos de América. Prueba de esa admiración son las palabras con las que elogió la posición institucional de los vascos en el seno de la Monarquía española: “Esta gente extraordinaria ha preservado su antigua lengua, genio, leyes, gobierno y costumbres sin cambios, mucho más que cualquier otra nación de Europa”.


No es casualidad que Adams fuera además amigo de Diego de Gardoqui, el político, diplomático y financiero vasco que llegó a ser el primer Embajador de España en los Estados Unidos de América del Norte (1784-1789).


[Diego de Gardoqui]


Las posiciones políticas de John Adams, abogado de profesión, en los momentos convulsos de la independencia Americana se opusieron a las ideas de “democracia absoluta” propugnadas por los líderes de la Revolución Francesa, defendidas por Jean-Jacques Rousseau, Turgot y Thomas Paine, que abonaban la unidad de poder revolucionario, concentrado en la Asamblea, sin otras trabas que su soberana voluntad, —lema que dos siglos después reeditarían los bolcheviques con su grito “Todo el poder para los Soviets”, que en realidad terminó siendo todo el poder para el Partido Comunista con las consecuencias que todos conocemos. John Adams defendió —por el contrario— la idea de la división de poderes de Montesquieu, y una democracia federal, de check and balances, hecha de controles y contrapesos. Nunca debe dejarse “todo” el poder en unas solas manos.


Como, demócrata y por ello buen conservador, alertó, en contra del optimismo revolucionario de Rousseau llevado a la práctica a golpe de guillotina por Robespierre, y advirtió que la única forma de salvaguardar la libertad individual y social es estableciendo reglas de restricción de todos los poderes, no solo económicos, sociales y religiosos sino también de los poderes estatales: la división de poderes del Estado en legislativo, ejecutivo y judicial, pesos y contrapesos en el control de los cargos, una judicatura independiente, una prensa libre y concurrente, una sociedad civil comprometida…





El pensamiento de Adams anticipa el realismo político de Niebuhr se resume en su famosa sentencia: La capacidad del hombre para la justicia hace la democracia posible, pero la inclinación del hombre hacia la injusticia hace a la democracia imprescindible.


John Adams representa entre los Padres Fundadores una posición democrática, federalista pero no ingenua respecto de la naturaleza humana, siempre corrompible por la hybris del poder y del dinero; de ahí la necesidad permanente de que todo poder esté sometido a límites y toda gestión de recursos públicos a controles.


Por otro lado Adams piensa que la ley por sí sola no hace una sociedad libre y próspera, por ello reclama de la ciudadanía una cierta virtud civil, compromiso y auto-responsabilidad, para la preservación de la nación y la libertad.


La primera de las virtudes políticas, para Adams, es la prudencia que exige que cada acción política sea bien ponderada, tomando no sólo en cuenta sus efectos inmediatos sino también sus consecuencias a largo plazo. Ese realismo político y ese democratismo conservador le llevó a Adams a valorar la estabilidad y el equilibrio de nuestras instituciones forales, que como él mismo reconoce, hacen de los vascos un pueblo singular por su capacidad de autogobierno en el conjunto de los pueblos europeos. John Adams participó como uno más en la revolución americana, pero nunca sintió la embriaguez del poder y actuó asumiendo la necesidad de aceptar la imperfección de nuestra condición humana y las diferencias entre las personas, como presupuestos para que una sociedad pueda prosperar en libertad. Su federalismo y su democratismo conservador eran completamente contrarios al egalitarismo jacobino de los revolucionarios franceses, que ——como Adams temía— terminaría en tiranía y masacre, para finalmente coronar al artillero y general Bonaparte, como Emperador Napoleón I.

Eskerrik asko, Jon Adams Jauna.

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