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LA PAZ ES PACTO, Andrés Ortiz-Osés



La paz es pactar humanamente: acordar o consensuar en medio del desacuerdo y el disenso, distender en medio de la tensión de los contrarios. La paz es así empazar, a un mismo tiempo emplazar y empatar, emplazar al otro y empatar o empatizar mínimamente. El mínimo denominador común es la humanidad del humano que dialoga abiertamente con el humano, así pues pactar bajo el principio y el fin de la común humanidad de los que hacen las paces, la cual se compone de hombres y mujeres, fratriarcalmente. Pues la paz se hace para poder pacer, es decir, para poder comer y alimentarse material y espiritualmente.

Pero para poder hacer las paces se necesita entonces algún tipo de mediación entre los extremos emplazados, una mediación que medie y remedie la distancia y las diferencias a través de una comunicación, la cual no tiene por qué llegar a ser comunión, pero tampoco excomunión. Se trata de interponer un lenguaje de ida y vuelta, un interlenguaje dialógico que trascurra como un río entre dos aguas o como un velero entre dos orillas sin orillar ninguna, compartiendo el agua común que nos reúne en medio de las diversas corrientes.

La paz como emplazamiento. Este es el contexto de “Recuerdos para la paz”, el impresionante libro que José Bada acaba de publicar sobre su vivencia infantil de nuestra Guerra incivil, editado por el Serminario para la paz de Zaragoza, prologado por su director Jesús M.Alemany, el cual nos conmina a desaprender todo belicismo en nombre de una paz perpetua. El autor narra la muerte de su padre a manos de los rojos, pero aduciendo tanto la barbarie republicana como la franquista. Uno saca la conclusión de que se puede morir por una idea o ideología, pero no matar por ella, ya que como adujo algún otro: matar a un nombre no es ideología, es matar a un hombre.

La democracia es pacífica precisamente porque afronta el enfrentamiento y la confrontación no de frente o según frentes o afrentas, sino oblicua o transversalmente, amplia-mente. En la democracia hay diálogo entre la igualdad y la libertad, y no enfrentamiento como en nuestra Guerra incivil entre el colectivismo y el individualismo, los cuales se resuelven pacíficamente en un personalismo o interpersonalismo. A este respecto, resulta intrigante la propia biografía del autor del libro concitado, zaherido por los rojos pero luego socialista moderado, ordenado sacerdote pero luego felizmente matrimoniado, aragonés de pro mas situado en la franja con Cataluña.

Este último aspecto plantea el tema tan actual de la identidad y lo identitario, un tema polémico pero poliédrico que no se puede simplificar tal y como suele hacerse. En efecto, la identidad sea personal, política o cultural deber ser abierta y no cerrada o cerril, compleja y no simpleja, humana y no deshumanizada. Nuestra identidad es humana e interhumana, plural y mezclada, entrelazada. En su libro José Bada afirma que nos podemos entender hablando, si es que queremos, así pues si nos queremos, cuestión finalmente de amor o desamor. Así que todo depende de nuevo, como siempre, del amor o el desamor, de la gracia o la desgracia, de la apertura o la cerrazón.

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