1/5/2021
Napoleón, España y Europa | El Correo
En este 5 de mayo de 2021 se conmemora, y se debate, en Francia a propósito del Bicentenario de la muerte de Napoleón Bonaparte, el corso, el general de la revolución, el autócrata con el título de primer cónsul, finalmente autonombrado soberano y emperador de los franceses, que fascinó a muchos, que estableció los fundamentos de la nación francesa moderna y que durante diez años tiñó de sangre los campos y los mares de Europa, desde Lisboa a Moscú, desde Trafalgar a Copenhague, y cuyos restos se veneran en el mausoleo de los Inválidos, en el corazón de París.
Nuestra condición de europeos nos obliga, en cierto modo, a compartir la historia de todas las naciones que componemos la Unión porque todas las enseñanzas que encierra nuestro pasado como naciones gravitan sobre nuestro presente y nuestro futuro como Unión.
La sociedad francesa ama las polémicas, y especialmente aquellas que versan sobre su identidad, no es por lo tanto extraño que este bicentenario sea motivo de vivas controversias sobre el signicado político de Napoleón, una polémica que dura ya doscientos años y que siempre se renueva: ¿Napoleón fue un déspota y su estilo autocrático y su imperialismo militar prefiguran 'avant la page' los regímenes autoritarios del XIX y del XX? ¿Fue Napoleón un factor de orden inevitable después del furor sanguinario de la Revolución? ¿Su impronta debe ser recordada como la del propagador en Europa de los principios de la Ilustración y de la república (aunque fuera emperador)? ¿Napoleón era de derechas o de izquierdas? ¿Fue un factor de progreso o de retroceso, de orden o de caos?
La primera frase de la Constitución del año XII (1804) abole la soberanía nacional y establece el régimen imperial con estas palabras: «El gobierno de la República es confiado al emperador». Napoleón considera que con su llegada al poder la Revolución ha cumplido su destino y disuelve por la fuerza las asambleas como hizo Cromwell en la revolución inglesa de 1651.
La Historia nunca termina de pasar y es siempre actualidad porque está expuesta a permanentes y controvertidas resignificaciones. Es por eso muy cierta esa paradoja que nos advierte de que no sólo nuestro futuro es impredecible, sino también nuestro pasado, o al menos la idea que tenemos de ese pasado que para los efectos viene a ser lo mismo.
En noviembre de 1808 Napoleón viaja a España y su primera parada es precisamente en Vitoria, ciudad que más tarde sellaría su derrota en la península. El emperador viene a poner orden en sus intereses en España, que estaban al cuidado de su hermano, con el que está enfadado, razón por la cual no quiere alojarse en el Palacio de Montehermoso, donde se reúne la corte del rey José, y opta por una casa de las afueras, Etxezarra, donde habita durante cuatro jornadas de febril actividad y prepara con sus mariscales los planes para volver a controlar militarmente el reino. Así lo rememora una leyenda que se lee en el dintel de una de las ventanas de la casona: «Hic Napoleon I imperator habitavit anno MDCCCVIII» (El emperador Napoleón I residió aquí. Año 1808).
La Francia napoleónica con su intervención imperialista en España en 1808 perturbó el surgimiento del liberalismo español (no olvidemos que la palabra liberal es de origen español), que sin embargo fue capaz de dar a luz, en medio de la Guerra de Independencia, a la Constitución liberal de 1812, que el rey Fernando VII arteramente simuló aceptar, con su famosa frase «Marchemos y Yo el primero por la senda constitucional...», mientras conspiraba para recuperar sus poderes absolutos.
Paradojas de la Historia, los franceses vuelven a invadir España, esta vez reclamados por los realistas, con Los Cien Mil Hijos de San Luis, en 1823 para restaurar el absolutismo borbónico y sostener el Antiguo Régimen por el que Fernando VII secretamente trabajaba. Esa intervención militar extranjera, aplaudida y apoyada por los reaccionarios españoles, partidarios del «¡Vivan las 'caenas'!», pone n al Trienio Liberal. ¡El ejército absolutista francés permaneció ocupando España nada menos que hasta el año 1828!
Felizmente, al día de hoy, nos encontramos las naciones europeas comprometidas en un proyecto de paz, progreso social y desarrollo económico que supera y trasciende los imperialismos del pasado y se llama Unión Europea, en el que todos nos reconocemos. En 2004 el compositor austríaco Peter Roland propuso a la Comisión dotar al himno de Europa (la Oda a la alegría de Beethoven) de una letra que recogiera los ideales de la Unión: 'Europa está ahora unida. Y que unida permanezca. Una en su diversidad. Contribuyendo a la paz del mundo. Siempre reinen en Europa la fe y la justicia y la libertad de los pueblos en una patria mayor. Ciudadanos, que Europa prospere, la gran tarea os llama. Las estrellas son en el cielo los símbolos, doradas, que nos unen'.
Nos toca trabajar por que así sea. Vive L' Europe!
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