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Una hermeneútica del amor y la muerte


Andrés Ortiz-Osés

AMOR A MUERTE

Amor y muerte a un tiempo engendró la suerte, canta el poeta Leopardi, porque el amor es la vida y cumple su destino en la muerte. Pero el amor es tanto o más fuerte que la muerte si es un amor a muerte. En la película Gran Torino de C. Eastwood, el famoso actor y director americano se juega la vida in extremis en favor del amor a una familia inmigrante de origen oriental, frente a una pandilla juvenil de signo fascistoide. Por su parte, en la película polaca Cold war (Guerra fría) del director Pawlokowski, la pareja de amantes se juega la vida in extremis a favor de su amor frente a una banda política de signo comunista.

Según Margarita Duras, el amor nacería de una grieta o brecha, pero no del deso, aunque nosotros pensamos que el deseo es precisamente la grieta que agrieta el muro del amor. Ahora bien, la gran grieta o brecha es la muerte, que significa la nada no occidental (nihilista) sino oriental y pletórica, que tanto se parece al vacío cuántico del origen y final del universo. La escritora llega a definir el amor como un error en el funcionamiento del mundo. Nosotros añadiríamos que como lo es la muerte, una disfunción o antifunción, la rajadura del mundo, solo que la muerte es la rajadura trascendental. De este modo se aúnan el amor como autotrascendencia o trascendencia propia y la muerte como hetero-trascendencia o trascendencia impropia. Pues si el amor es abrirse y abrir al otro, sacándolo de su encierro existencial, la muerte es abrirse y abrir la otredad, sonsacándola de su encerrona vital. Nuestra psique alberga pues escondido un amor a muerte.

El amor como apertura inmanente y la muerte como apertura trascendente se intersectan. En esta intersección el amor es el hilo conductor de nuestra coexistencia. En el principio es el motor original y originario de la existencia, en el medio es la mediación de los diferentes y sus diferencias, desembocando finalmente en la apertura trascendental de la muerte como su fin o sentido. En efecto, la muerte verifica el amor más allá de la vida, en su radical abrimiento. Como consta tanto en el final de Buda, Sócrates o Jesús, la propia muerte es la trascendencia, la otración, transmutación o trasfiguración. En este contexto, el amor dice religación y por tanto religión, abriéndonos a través de las compuertas de la muerte al sentido oceánico de la existencia, tras la transmigración terrestre.

Hay una visión intrigante de lo divino y la divinidad como el Bien común de todo el universo y cada una de sus partes, por lo que el amor ama a través del bien inmanente de la creación y sus criaturas al Bien trascendente, es decir, al Dios-amor como su pro-creador. Es una forma de decir que el amor ama el amor, el amor al Bien a través de los bienes o bondades terrestres. Esta tesis proviene de la inspiración oriental de Platón y, a través del neoplatonismo agustiniano, arriba al mismo Tomás de Aquino y su descendencia. En ella se intuye la idea de que el amor es un fin en sí mismo, el fin en sí mismo. Mientras que la salud es el medio para vivir y el dinero es el remedio para sobrevivir, el amor es su propio fin o final: la realización de la existencia.

Así que nos salva el amor, somos salvados por el amor, en el cual dar es recibir. Ahora bien, los otros no son el infierno pero tampoco el cielo, son como nosotros la tierra y el mundo. Es verdad que en nuestro mundo el amor comparece algo inmundo, hasta el punto de parecer una charcutería de compa-venta carnal. En el otro extremo está la retórica romanticota de un amor idealizado o beatífico, heroico o imposible. Y, sin embargo, sin un cierto toque romántico el amor se convierte en castaña pilonga o higo chumbo o más bien chungo. Porque el amor es sucintamente afecto o afección, urdimbre afectiva frente a toda estructura abstracta. Y el humano no es tanto un homo sapiens u hombre sabiondo ni un homo efficiens u hombre efectivo, cuanto un hombre afficiens o

aficiente, cuya razón es la inteligencia afectiva.

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